miércoles, 10 de noviembre de 2010

La posible llegada a Europa del Gusano de Seda (I).


 Son muchas las hipótesis sobre cómo el occidente europeo conoció la producción de seda. Quiero comenzar con la versión más legendaria, la narración de Procopio de Cesarea (De bello gotico, libro IV, cap.XVII), tan representada por el Arte. Ya tendremos tiempo de ir conociendo otras explicaciones más rigurosas...


 Aparecieron en la corte de Justiniano (552) unos monjes indios (¿nestorianos o budistas?) con una propuesta, según lo cuenta el historiador: “Llegaron unos monjes de la India y cuando se enteraron del empeño que tenía Justiniano en que los romanos no compraran seda de los persas, se presentaron ante el emperador y se comprometieron a arreglar las cosas de modo que los romanos no tuvieran que adquirir esa mercancía de los persas, que eran sus enemigos, ni de otro pueblo cualquiera; en efecto, habían vivido muchos años en un país más arriba de multitud de pueblos de la India, país llamado Serinda y, allí habían aprendido de qué modo se podría criar seda en tierras de romanos. A las preguntas del emperador, que trataba de cerciorarse de la veracidad de sus promesas, contestaron los monjes que los artífices de la seda eran unos gusanos, pues era su maestra la naturaleza que los obligaba a trabajar sin pausa; que era imposible transportar hasta acá los gusanos, pero que sí era fácil y factible transportar a su prole, pues cada uno de ellos ponía un sinfín de huevos; y que a estos huevos, bien cubiertos de estiércol, se les podría devolver a la vida de calentarlos al tiempo suficiente (…). Así, volviendo de nuevo a Serinda, transportaron los huevos a Bizancio y, tras conseguir que se transformaran en gusanos, los alimentaron con hojas de morera y lograron que en adelante la seda se criara en tierra de romanos”.
  Según se cuenta, los monjes trajeron los huevos escondidos en sus bastones huecos de bambú cubiertos con estiércol. Pero todo indica que no eran de una especie muy apreciada, lo que unido al excesivo monopolio que Justiniano pretendía, hizo que la sericultura no prosperase en el Imperio Romano de Oriente.