jueves, 2 de diciembre de 2010

Tres cuentos chinos (II).

 Según cuenta un fragmento de "En busca de lo sobrenatural: La constancia escrita" (Sou-Shen Chi) de Gan Bao (干宝) (315- 336), el jefe de una tribu se vio obligado a abandonar su aldea y a dejar a su única familia, su hija, al cuidado de su caballo. Poco después, la joven, que echaba de menos a su padre, afirmó en voz alta que se casaría con aquel que le trajera de vuelta a su progenitor. Al oír esto, el caballo galopó en busca del anciano y, una vez dio con él, lo condujo de nuevo hasta la muchacha, quien no reparó en la promesa que había hecho antes de la partida del animal.

 Su reacción sumió al caballo en la más profunda tristeza, que manifestaba relinchando y rechazando sistemáticamente la comida. Extrañado por lo que estaba ocurriendo, el padre hizo partícipe a su hija de su preocupación. Fue entonces cuando la chica le reveló el motivo de su pena. Tras la sorprendente confesión, el hombre decidió matar al caballo disparándole una flecha. Acto seguido, curtió el pellejo del animal y se marchó.

 Aliviada, la joven exclamó para sí que era éste un justo castigo por haber pretendido desposarse con una mujer siendo un caballo. Aún no había acabado de pronunciar la frase cuando la piel del equino cobró vida y se enrolló en su cuerpo, cubriéndolo totalmente. Una vecina que presenció los hechos salió en busca del padre de la joven para intentar liberarla de su cautiverio, pero cuando ambos regresaron la muchacha ya había desaparecido.

 Días más tarde, el pellejo y su amada llegaron a un inmenso árbol, donde se convirtieron en sendos gusanos de seda que se quedaron tejiendo entre las ramas y produciendo un extraño filamento: la seda. Poco después, la vecina de la chica los encontró, y decidió hacerse cargo de ellos. Desde entonces, el árbol en el que los había localizado pasó a llamarse el Árbol de la Morera o Árbol de la Muerta. (Ex Celia Roca).